martes, 11 de junio de 2013

Os quiero (2/2)

Segunda y última parte del fic. No os entretengo más

La parte fácil del plan había dado resultado. Ahora era cuestión de tiempo que la mujer de Gold llamase a la policía. Entonces cada segundo que pasase tendrían menos posibilidades de acabar con éxito su plan. Por eso tenían que darse prisa.
Cuando Gold empezó a recuperar el conocimiento, lo primero que sintió fue el frío tacto del metal en la coronilla.
-Si yo fuera usted no haría ningún movimiento brusco, señor Gold-dijo Emma-a no ser que quiera usted un nuevo ombligo en la cabeza. Deduzco que su respuesta es afirmativa, no hace falta que responda... Si necesita algo, gruña o algo-concluyó con una carcajada, al tiempo que salía de la habitación.

Hizo balance de la situación. Estaba amordazado y difícilmente podía apenas gruñir. Eso quería decir que se encontraba en una zona habitada, no en un sitio abandonado. Había oído a la mujer hablando con otra persona, y se atrevía a pensar que era otra mujer porque no reconoció la voz de la que se había dirigido a él como la de la secretaria. Había entrenado para una situación como esa desde que ganó su primer millón. En definitiva, parecía que esas mujeres no tenían intención de herirle, así que se armó de paciencia y empezó a destensar lentamente los nudos de las cuerdas que le apresaban, como tantas veces había hecho en sus entrenamientos.

Belle estaba destrozada, llorando en un taburete de la cocina. El teniente Graham se presentó en la casa siete minutos después de que ella le llamase gritando de terror. Siempre habían hablado de que podía pasar algo así, pero ella siempre lo veía como algo lejano, hipotético, imposible. Y hoy, de un día para otro, sintió que el mundo se le caía encima. Estaba pasando. El teléfono volvió a sonar.

~~~

Emma y Regina ya saboreaban el éxito de su plan. Habían pedido el rescate y solo les quedaba recibir el dinero que habían pedido, que no era una suma desorbitada comparada con la fortuna que hacía Gold a diario. Una transacción limpia a un banco suizo en el que nadie podría seguir el rastro hasta ellas. Tenían una coartada perfecta, ahora mismo estaban viajando en un vagón de tren hacia Vancouver con su hijo, o eso decían los papeles. Cuando terminasen el secuestro tomarían un avión junto a Henry con sus ya nombres falsos hasta Miami, donde empezar la nueva vida que tanto anhelaban. Era sencillo y limpio, no habría heridos ni arruinarían a nadie. Solo les faltaba un último detalle.

Habían decidido montar un pequeño engaño para que sus identidades fuesen completamente imposibles de descubrir. Regina entró a la habitación donde se encontraba él tres segundos después de que este volviese a introducir su mano por el agujero ya agrandado de la cuerda anudada.
-Espero que esté siendo todo de su gusto, señor Gold. Limítese a asentir
Gold asintió. Sabía que en estos casos lo mejor era obedecer sin mostrar miedo alguno. Regina continuó:
-Muy bien, ahora voy a explicarte muy claramente lo que quiero...
-¡Amy! Date prisa que quedan veinte minutos para el intercambio-le dijo Emma desde la otra habitación-están a punto de...
-¡JODER!-la interrumpió Regina-¿por qué has dicho mi nombre, estás loca? ¡Ahora sabe cómo me llamo!
-Perdón, se... me había pasado...yo...
Gold escuchó como Regina se levantó y salió de la habitación dando un portazo, dejando entreabierta la puerta por el rebote y permitiéndole escuchar la conversación que mantenían entre susurros en la habitación contigua.
-Mary, estás loca, no sabes lo que has hecho.
-Perdona cuñada, no pretendía...
-No pretendía, no pretendía... Sabes perfectamente lo que has hecho.
-Sí...
-Ahora tendremos que matarle.

Las chicas se alejaron de la habitación y cerraron la puerta. Sonrieron y se besaron fugazmente por el numerito que habían montado. Así ganarían asegurarse que Gold estaría quietecito asustado, y que cuando diese parte a la policía dirá que escuchó dos nombres que no les llevarían a ninguna parte. Encima cuñadas... Cómo se reían cuando lo estaban planeando en su casa. Ahora no había tiempo para risas. Se encontraban en la parte más delicada del plan. Acababa de vibrar el teléfono, un nuevo mensaje. La transferencia estaba hecha.

Gold había escuchado perfectamente la conversación y sabía el destino que le esperaba si no actuaba con rapidez. Se terminó de desanudar las cuerdas de las manos y piernas y esperó pacientemente su oportunidad. Sabía que contra las dos a la vez no tendría ninguna posibilidad, pero tal vez no tuviesen armas de fuego, como mucho una, pues parecían unas "aficionadas" en el mundo de los secuestros. En ese caso abatiría a la que estuviese armada de un tiro, y se abalanzaría a por la otra para inmovilizarla. Mientras meditaba sus pasos sacó el arma que había llevado oculta todo este tiempo. Una Paquettum 3000. Un tiro, altamente maniobrable, nunca se encasquillaba y de dimensiones más que disimulables. Se sentó a esperar.

Ante la imposibilidad de negociación por parte de los secuestradores, Graham solo veía una solución posible, hacer la transferencia. Por cómo habían sucedido los acontecimientos hasta la fecha apostaba por que los secuestradores eran unos aficionados que no atacarían a una mosca, pues se habían saltado varios "protocolos" que habrían sido indispensables en un secuestro profesional. Ofrecer una prueba de vida,imposibilitar (o al menos mostrar contrariedad) al ver que la policía estaba involucrada; el hecho de que pidiesen una suma que rozase lo insultante para lo que podrían pedir. Esto le animaba, pues le hacía pensar que tan pronto como tuviesen en su poder a Gold sería cuestión de horas atrapar a los delincuentes.

Pero Bella no se consolaba, pues en lo más profundo de sí misma sabía que no todo podía salir tan bien, era ilógico. Tenía razón.

El sheriff recibió un SMS en el móvil de Bella: C/Hooper 287, Bajo B. Habían cumplido, estaba a veinte minutos de allí. Subió a un coche y se dirigió él mismo a recuperar al rehén, ya habría tiempo de encargarse del resto.

Las chicas cerraron las bolsas con todo lo que habían usado y lo pusieron junto a los demás bultos. Habían dejado preparadas las maletas para salir en cuanto enviasen el SMS que llevaba a una dirección a la otra punta de la ciudad. Allí en un local encontrarían un folio impreso con la dirección real. Calculaban que tenían un margen de 35 minutos. Solo les quedaba una cosa. Su huésped se había portado como un campeón, solo les quedaba el número final. Emma entraría con el revólver en alto y le contarían su fatal destino al rehén, en el momento que una le dice a la otra que oye sirenas de policía, y saldrían pitando sin disparar para que no les descubrieran. Todo había funcionado. Compartían una mirada cómplice al tiempo que Emma retiraba el pestillo de la puerta.

Gold estaba de pie, apuntó a la que abría la puerta. Una bala de punta hueca salió disparada hacia el costado de Emma, pasando milagrosamente por el hueco entre el pecho y el brazo de Emma. Regina estaba detrás. Atravesó su cuerpo entrando por el hueco que hay entre la tercera y cuarta costilla derecha. Esa clase de balas habían sido prohibidas hacía unos años por su poder destructivo. La muerte era casi segura aún alcanzando el disparo una extremidad, ni que decir tiene si atravesaba todo el pecho.

Regina dio dos pasos. Y soltó una lágrima. No hubo más.

Emma al ver a Gold liberado y escuchar el disparo que casi le había alcanzado reaccionó inmediatamente y disparó, certera en la cabeza. Gold cayó al suelo, nunca se volvería a levantar. Ella sabía que era un disparo de bala, y sabía que que no la alcanzase era prácticamente un milagro. Se giró y sonrió a Regina para tranquilizarla, el disparo había sido en defensa propia y ella no había salido herida. Ese instante se congeló en la mente de Emma, fue un instante que duró toda una eternidad, esa clase de instante que precede al fin de un sueño, el fin de todo. Un instante en que un grito desgarrador heló las venas a todo aquel que lo escuchó.

Emma se abalanzó sobre Regina al ver su camisa, la que siempre llevaba impoluta, teñida del color del dolor, rojo sangre. Cuando no pudo soportar más la visión de la herida la miró a la cara, fijamente a los ojos, y se dijeron todo un infinito, pero ni un infinito es suficiente. Ambas vieron pasar su vida por delante de sus ojos en una fracción de segundo, su vida juntas. Regina recordó ese momento en que se conocieron, esa pasión que compartían, ese hijo que les habían concedido. Emma la amó por un instante todo le que tenía previsto amarla el resto de su vida. Regina sonrió, y se desplomó sobre los brazos de Emma, junto con todo lo que habían soñado. Y acabó todo.

~~~
En una cómoda de un apartamento de una pequeña ciudad en la que nunca sucedía nada, una nota, escrita rápidamente a bolígrafo en una cuartilla que nadie leería hasta años más tarde; enunciaba aquello que ese mismo día habrían dado la vida por decir una última vez cinco personas de esa ciudad. Unos garabatos que nadie entendería su por qué, una mala sensación que se tornó en premonición. Una historia resumida en ocho letras.

Os
quiero

Regina M

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