sábado, 8 de junio de 2013

La parodia del muerto

Aquí os dejo lo que considero mi pequeña obra de arte.
Nos leemos

Una pareja salía del hospital. Sus rostros lo decían todo, no necesitaban hablarse. Él, abatido pero en lo más profundo de su ser reconfortado, había envejecido en esos trece meses más de lo que lo había hecho en los últimos veinte años. Le apretaba la mano con fuerza a ella, que había cambiado aún más. Unas arrugas que parecían haber estado siempre allí recorrían la piel de su rostro, descolorido por el torrente de lágrimas que había liberado durante el último año. Ambos, todavía en shock (quién lo iba a decir) comenzaban lo que sería una nueva vida
***
No siempre he estado muerto. Yo solía estar vivo. Vivía con mi familia y tenía la vida de cualquier adolescente. Los estudios me iban bien. Acaba de confirmar mi viaje de fin de curso. Todo iba de cine.
Un día como otro cualquiera me desperté. Me duché y vestí. Fui a desayunar y monté en un taxi. Es irónico que mis últimas palabras fueran: "Al aeropuerto." Acto seguido saqué mi diario y me puse a escribir. En un momento dado, sobre las diez de la mañana cambió todo. Oí un ruido agudo, un chillido, una fuerza que tiraba de mí hacia delante, una presión y ya está. Un kamikaze estuvo haciendo de las suyas por la carretera nacional, y como la mayor parte de las veces, quienes salimos peor parados fuimos nosotros. Afortunadamente el conductor del taxi sobrevivió en un estado muy grave; cuando liberaron mi cuerpo del taxi yo ya no estaba con él. Lo que más me molestó no fue morirme. Ni siquiera el kamikaze, el pobre acababa de perder a toda su familia en un accidente por su culpa hacia 3 semanas. Lo que verdaderamente me molestó fue que no me pude despedir de mis padres. Cuando llegaron ya estaba entubado, no les pude decir ni adiós. Lo peor es que el intento de despedirme dio falsas esperanzas a aquellos que me engendraron, y que deseaban con todas sus fuerzas que me levantase y me fuese con ellos. Ellos entendieron mal, pensaban que estaba luchando por mi vida y decidieron trasladarme al hospital.
Cierto es que mis heridas se cerraron y mis huesos se soldaron. Pero lo malo de estar muerto es que aunque tu cuerpo se regenere, tú no lo haces.

Con el paso del tiempo me encontré en lo que sería para mí una prisión, mi cuerpo. Los médicos no decretaron mi muerte, sino que evaluaron un coma, y eso fue mi perdición. Meses y meses en los que me tienen clínicamente vivo atado a múltiples aparatos que me inyectan todo tipo de sustancias para que mi cuerpo no se deteriore, para que mi prisión siga funcionando

Bien es cierto que lo único bueno que obtuve en esos meses compensó con creces todo lo malo que te pueda ocurrir en una eternidad. Y es que desde la perspectiva que me encontraba podía hacer algo que jamás podría hacer un vivo. Veía lo que la gente de mi alrededor sentía. No leía su mente, simplemente era como si captase los estímulos que liberaban sus sentimientos, como si verdaderamente pudiese acceder a su mente. Y sinceramente, eso es lo mejor que le puede pasar a alguien en vida (y en muerte).
Nadie jamás podría imaginar lo que unos padres aman a sus hijos. Cuando se desató mi nuevo don, mi mente se sobresaturó tanto que estuvo dos semanas en estado de shock. Yo no entendía por qué, pero era una sensación tan agradable... Creo que el símil adecuado era como si hubiese consumido una droga tan potente que me noqueó durante dos semanas, pero fueron las dos semanas más placenteras de mi vida. Según me recuperé me volvió a pasar, cada vez sentía más cómo todo lo bueno recorría mi cuerpo una y otra vez, chispazos continuos recorrían mi columna vertebral y sentía un cosquilleo en todas las partes de mi piel. Lo bueno de estar muerto es que puedes sentir cosas que estando vivo te matarían de lo intensas que son. Si eso significaba morir, quería pasar muerto el resto de mis días. Con el tiempo y controlándolo como podía, pude volver a pensar con mediana claridad. Y entonces lo comprendí. Esa sensación era el AMOR que sentían mis padres hacia mí. Sus mentes eran verdaderas ametralladoras que disparaban hacia mí sin cesar. Si hubiese estado vivo, creo que habría llorado y no soportaría esa intensidad de sentimientos.
Desgraciadamente al cabo de los días aprendí a dominarlo, y conseguí ir más allá. Veía el SUFRIMIENTO de mis padres, era un sentimiento tan grande que si tuviese que compararlo con algo... Era como si la Luna te cayese encima y aplastase y tú siguieses vivo sufriendo un dolor infinito. Ese sentimiento era solo comparable con el de su propio AMOR hacia mí. 'El ying y el yang' opinaba amargamente. Pero cuando pude ir aún más allá descubrí un sentimiento que sin ser tan grande (era una porción infinitesimal comparada con el AMOR y el SUFRIMIENTO), y siendo bueno, me dolió mucho más que el de verles sufrir. Era ESPERANZA. Esperanza de que siguiera vivo. Me dolía porque yo estaba muerto y eso no podía cambiar. Y porque mientras ese sentimiento existiese, por ínfimo que fuera, me estaba condenando a la eternidad.
Entonces odié, odié con todas mis fuerzas y descubrí dos cosas más. Que estando muerto la percepción y alcance de los sentimientos aumentaba exponencialmente, y que lo que yo sintiese era proyectado hacia mi alrededor, variando los sentimientos de los que me rodeaban. Esa proyección de ODIO me dio esperanzas, pensé que acabaría con la ESPERANZA de mis padres. No solo no la afectó, si no que además aumentó aún más su sufrimiento, y entonces sentí como si volviese a morir...
En las siguientes semanas probé con toda clase de sentimientos, y lo único que hacían era variar los niveles de AMOR y ODIO. Por más que luchase no encontraba manera de salir de ahí, lo que me producía aún mas ODIO hacia mí mismo.
El tiempo pasó y en algún momento cerca del día 400 me rendí, y COMPRENDÍ que prefería estar en esa prisión el resto de mi días antes que aumentar el SUFRIMIENTO de mis padres, y eso fue de alguna manera mi salvación.

Al fin y al cabo era cierto, de una manera u otra había seguido luchando. Dejar de hacerlo presionó el interruptor que faltaba. Mi ESPERANZA, que se había mantenido oculta tanto tiempo, se cambió por la COMPRENSIÓN, que alcanzó a mis padres inmediatamente. COMPRENDIERON lo que yo había estado pasando todos esos meses. De alguna manera u otra creo que esa proyección fue tan fuerte que afectó a todas y cada una de las personas, vivas y muertas, del planeta Tierra. Pero eso era otra historia.
Mientras mis padres llamaban a los médicos que al fin me liberarían, dediqué mis últimos esfuerzos a algo que había estado ensayando los últimos meses de mi no-vida.

En el instante que desconectaban el último aparato, hice una última proyección. Y así fue como tras 13 meses de inactividad cerebral y corporal, mi cuerpo sonrió, y yo pude abrir los ojos a una nueva existencia.

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