domingo, 14 de abril de 2013

Desequilibrio (Secreto de 2 III)

Ese día Henry se había despertado inquieto. No sabía por qué, pero algo pasaba. Su familia había salido dos días de Storybrooke para solucionar una cosilla y hoy regresaban a la hora de cenar. Le habían dejado a cargo de todo y el estaba demostrando lo responsable que era. Desayunó como siempre en La Abuelita, llegó a clase tres minutos antes de que comenzase, se sentó en su pupitre y sacó los libros. Este prometía ser otro lunes fantásticamente aburrido. No entendía por qué tenía que seguir yendo a clase, sus abuelos eran reyes por un lado y brujo superpoderoso por otro. Si no llega a ser por el nunca se habrían acordado de quiénes eran y habrían sido atrapados por la maldición, y en agradecimiento, ¿qué hacían? Le condenaban a madrugar día sí día también para ir a la escuela. Era injusto. En estos pensamientos se encontraba mientras las horas pasaban. De vez en cuando anotaba algo en el cuaderno para que pareciese que estaba prestando atención a la última clase. Unos minutos antes de que sonase el timbre, de repente Henry saltó de la silla y exclamó:
-¡¡La bañera!!
Acto seguido salió disparado de clase dejando a la profesora con la palabra en la boca y temiendo el estropicio que encontraría. Ya entendía por qué se sentía inquieto. El día anterior por la noche había decidido darse un baño y encendió el grifo. Después se entretuvo con su libro y se le olvidó por completo. El baño estaba arriba y el estaba durmiendo abajo en la cama de sus abuelos, así que no se le ocurrió volver a subir.
Que no sea grave, que no sea grave, que no sea grave... Se decía mientras abría a una velocidad endemoniada la puerta. Cerró de un portazo. Subió las escaleras de tres en tres y empujó la puerta del baño esperando encontrarse con todo el estropicio...
Nada. Las toallas perfectamente dobladas, el grifo completamente cerrado, el suelo seco. Hizo memoria y, efectivamente, había dejado el grifo de la bañera abierto dos minutos antes de combatir al puñetero dragón que había raptado a su libro... En el sueño. Henry comprendió que los sueños, sueños son, y que ese gran despiste fuese solo un sueño le había salvado la vida. Entonces analizó la situación: había salido de clase como un rayo para ir a cerrar el grifo que había abierto en un sueño. no sabía si reír, llorar, o sentirse culpable por no distinguir la realidad, aunque finalmente su subconsciente se decantó por lo primero. Empezó a reír a carcajadas, rió y rió como llevaba tiempo sin hacerlo. Y tanto reír cansa, y el chico había estado hasta muy tarde con el libro anoche, por lo que empezaba a acumularse un sueño que le estaba amodorrando peligrosamente. Entonces al intentar incorporarse, de un resbalón acabó dentro de la bañera, donde siguió riendo como si no hubiera mañana, y rió hasta que el sueño le venció. Y 6 horas después entraba por la puerta su madre, que lo que menos se esperaba era ver a su hijo despanzurrado en la bañera durmiendo plácidamente con el dedo pulgar en la boca. Bien es cierto que tras ocho horas de viaje nadie tiene un humor espléndido, y menos cuando llegas a tu casa y te encuentras la puerta abierta de par en par y el sobre donde estaba el dinero de la compra del mes desaparecido. Esa fue probablemente la principal causa de su reacción:
-HENRY, SAL AHORA MISMO DE AHÍ!-gritaba Emma mientras le asestaba un pescozón.
Henry se incorporó alarmado y desorientado, sin saber muy bien quién gritaba tanto y por qué lo hacía.
-HENRY, ESPABILA, ¡y dime dónde está!
-¿Dónde está qué, mamá? -decía Henry, que empezaba a situarse un poco.
-NO ME HACE NINGUNA GRACIA HENRY, ¡¡DÓNDE ESTÁ EL MALDITO SOBRE DEL DINERO!!-ladró Emma.
-Pues donde siempre, yo no lo he tocado mam...
-¡¿ME ESTÁS LLAMANDO TONTA?! Llego a mí casa, me encuentro la puerta abierta y faltan $300, Henry, no se supone que podíamos confiar en ti?
Henry estaba asustado, su madre nunca se había puesto así con él. Pero también estaba enfadado, MUY enfadado porque su madre dudaba de su palabra, cuando él era el primero que no la había mentido nunca, pues bien sabía el daño que hacen las mentiras. No comprendía que su madre venía destrozada del viaje, y que se había peleado con sus padres por una tontería, y estaba muy dolida. Pero Emma no comprendía que estaba ofendiendo a su hijo, y que el dinero lo había guardado Mary Margaret al salir en el cajón para que no quedase a la vista. Y la puerta no estaba abierta porque sí, sino porque la profesora de Henry había avisado a Ruby por el extraño comportamiento de Henry (pues era a ella a quien debía llamar si ocurría algo), y esta había ido al apartamento a ver que pasaba con la copia de las llaves que tenía. Al abrir recibió una llamada urgente y se dejó la puerta abierta, puerta que el viento terminó de abrir de par en par.

Y en una nube de mentiras y malentendidos su madre le había puesto la mano encima. Era solo un pescozón, lo sabía, pero le había dolido como si le hubiese pegado un flechazo en la cabeza. Su madre le había dado y él no había hecho nada, salvo quizá quedarse dormido en la bañera. Y su madre gritaba cada vez más y él dejó de escuchar mientras los ojos se le inundaban. Una bola negra y oscura golpeaba su estómago a medida que crecía y crecía. El abría y cerraba los puños mientras las primeras lágrimas le salpicaban la cara. A medida que pasaba el tiempo esa bola se hacía más grande, y aunque él contenía la respiración y apretaba aún más los puños para intentar pararlo, de repente salió disparada hacia su boca obligándole a gritar:
-¡¡CÁLLATE YA!!
Según lo dijo se arrepintió. Sabía que no debía comportarse así, y sabía que había gritado a su madre, nunca lo había hecho. Y le dolió aún más que en vez de seguir chillándole, o darle otro pescozón (lo habría preferido mil veces) se quedó callada. En apenas una fracción de segundo una corriente de nuevos sentimientos les rodeaba. Y no eran buenos precisamente. Eran sentimientos falsos que en verdad ninguno de los dos sentían, sentimientos que se habían apoderado de ellos fruto del cansancio y de la discusión anterior. Sentimientos que ambos sabían que no debían tener, haciendo aflorar otros sentimientos. Culpa. Y todo ello formó un muro entre ellos. Una pared de humo, pero al fin y al cabo un muro. Y como si les hubieran apaleado los dos empezaron a sentir un dolor indescriptible que recorría todo su cuerpo, cada uno a su manera. Y así se quedaron, Emma apoyada en la puerta, Henry tumbado en la cama, llorando como nunca antes lo habían hecho. El destino es caprichoso, y aunque los dos estaban a punto de girarse al unísono y abrazarse, justo Mary Margaret entró con las maletas exclamando:
-Por cierto Emma, coge dinero del sobre que guardé en el segundo cajón del armarito y vete a por unas hamburguesas, que hay hambre y es tard...¿Emma, estás bien? ¿Le ha pasado algo a Henry?


Entonces Henry escuchó, y descubrió el paradero del sobre, y gritó de rabia, saltando de la cama y escapándose por la puerta ante la atenta mirada de una Mary Margaret Sorprendida y un David cargado de bolsas. David comprendió que algo no marchaba bien. Aunque era el que menos lo mostraba sentía un afecto especial por aquel niño, su nieto, el que le había reunido con su familia, y que formaba parte de ella. Así que sin pensárselo dos veces soltó todos los bultos y salió corriendo detrás de él. Pero pudo más la rabia de Henry, y cuando David le tenía a un palmo el chico cruzó la carretera un segundo antes de hacerlo un camión, dejando a su abuelo al otro lado del arcén. Aprovechó ese instante para perderse en el bosque, donde siendo de noche sabía que nunca le encontrarían. Siguió corriendo un rato más hasta que perdió el sonido de al ciudad, oyendo solo el susurrar de los árboles, entonces empezó a caminar más tranquilamente. Él quería entender por qué se había sentido así, sabía que AMABA a su madre y no lo dudaba ni un momento a lo largo de su vida, y aún así se sentía tremendamente culpable por haberla gritado, y peor aún, por haberla herido de esa manera. Entonces se echó a llorar. Lloró en silencio, pues aunque nadie le iba a escuchar no se sentía con fuerzas para gritar. Lloró solo, y eso es una de las peores cosas que le puede pasar a alguien que llora por amor, aunque sea hacia una madre. Y lloró desconsoladamente, fruto de los acontecimientos, fruto de sus hormonas, quién sabe. Lloró y lloró hasta que solo sollozó y se volvió a incorporar. Refrescaba y aunque se sabía el camino de regreso de memoria, quería ir un poco más allá. Llegó a un claro, donde miró al cielo y vio algo que le sorprendió. Luna llena. Inconscientemente pulsó un botón de su reloj, dónde se iluminó la hora: las 2:30 am. Sabía que había estado llorando, pero no se imaginaba que lo hubiese estado haciendo casi cuatro horas. Entonces decidió quedarse allí, a esperar a su "cita". Tal y como se encontraba ese momento lo que más necesitaba era olvidar, y olvidar era fácil cuando te envolvía la magia. Así fue como un Henry arrepentido y destrozado por dentro que deseaba olvidar durante unos instantes, esperó una vez más a la magia.
***
La clase de magia que envolvía a un Hijo de la luna cada plenilunio era la más poderosa que jamás existiría, creadora de todo. Esta tomaba innumerables formas y se exponía en contadas ocasiones. Solo lo hacía frente a almas puras. Era cuestión de seguridad: no se podía mezclar lo más poderoso, la base de todo, con cualquier cosa que pudiese desestabilizarlo, creando un caos de inimaginables dimensiones. No existía nada tan puro en ese mundo como el alma de un Hijo de la luna. Salvo, claro está, el alma de un niño. ¿Pero qué pasaría si ese alma albergase una semilla de culpa, o de arrepentimiento? Nunca había ocurrido, y más le valía a todos los seres rezar para que nunca ocurriese, pues esa conexión nos afectaría a todos y cada uno de nosotros.

sábado, 13 de abril de 2013

El sueño de Iván [Reseña]

Buenas. Aquí estoy otra vez para repetirme lo de "nunca digas nunca". Vengo de ver una película que hablando en plata jamás pensé que vería... Por segunda vez. En dos días. Y puede que no sea la mejor película que he visto, es cierto pues he visto decenas de superproducciones como Avatar, Harry Potter. Vale, no es la mejor, pero si que puedo decir que es la que más me ha gustado (solo superada por The Matrix, a quién quiero engañar). Es irónico una vez más lo que me sorprende Twitter. Un twittero pasó el link y yo pensaba pasar de él. Que sí, saldría Óscar Casas y Carla Campra, que son los p**** amos, pero a mí el fútbol nunca me ha llamado, me aburre en exceso. Hasta ahora. Es que no entiendo todavía como una película que hace año y medio habría tachado de peñazo (temática fútbol + producción española) me haya vuelto a callar la boca como ya lo han hecho muchas otras este último año. Y sí, me ha emocionado como casi ninguna. No voy a decir que me hizo llorar porque os estaría mintiendo. Yo solo he llorado delante de una pantalla dos veces, y a cuál más absurda. Pero esa sensación que recorre mi cuerpo cuando todo el estadio se levanta frente a la injusticia, o cuando todos secundan a la madre de Iván al grito de: ¡CAMPEONES! Os va a parecer una tontería, pero he empezado a entender que es sentir el fútbol de verdad. Esto suena a cliché, lo sé, pero si leéis mi blog sabéis perfectamente que las metáforas las dejo para mis relatos, y os aseguro que esa sensación de emoción era una sensación física. La sentí la primera vez (ayer) y la vuelvo a sentir con más intensidad la segunda (hoy).
Creo que las películas que he visto más de una vez no llegan a 25, entre ellas están todas las de Harry Potter y unas cuantas de Pokémon, Avatar, las tres de Matrix y ahora El Sueño de Iván. Así que escribo esto para intentar desentrañar el porqué de esta sensación que me produce una película que en un principio no me iba a aportar nada.









Creo que no es un motivo, sino dos: el argumento y los actores

El chico de 11 años que cumple su sueño durante hora y media de largometraje está muy visto. Ya le añades un ambiente futbolístico y ganas potenciales fans y pierdes gente a la que no nos interesa el fútbol. Si además le pones un par de historias de amor paralelas, una de ellas del propio niño pues gustas al público empalagoso. Si lo mezclas todo con una base de humor, y le añades un potricidio y unos guardaespaldas rusos al antagonista (si habéis visto la película me entenderéis) pues consigues un cóctel para toda la familia en que todos se lo pasarán bien. El lugar con su ambiente, no habría salido igual si hubiese sido en Soria, para que me entendáis. El hecho de no darle importancia al fútbol en sí, que yo recuerde no habla apenas con vocabulario técnico, y no hay escenas muy largas de fútbol a pelo. Desde mi punto de vista solo hay un par de cosas que no me han terminado de gustar, y que las voy a poner porque nada es perfecto, ni siquiera esta peliculaza: lo primero que me chocó fue la cámara, hay algunos planos que son muy novela latinoamericana. Puede que esa fuese precisamente la intención del director, pero no me termina de cuadrar porque es en momentos puntuales en los que te echan un primer plano a base de un zoom fugaz haciendo que parezca que a Torres le ha robado treinta cabezas de ganado el primo de Rosario Avieiro. No sé si me explico, es la sensación que me daban, eso y que aborrezco esas telenovelas :) . Y lo segundo sí que es una soberana tontería que me ponía de los nervios, y es en el partido final los puñeteros planos de las gradas. Que sí, serán seis segundos, pero si tengo los nervios a flor de piel y ya me has enseñado las gradas quince veces, ¡no lo necesito una dieciseisava vez! Esto último es completamente subjetivo, pero es que si no lo decía reviento. Luego obviamente hay algunos pequeños fallos, de los que me he percatado en la segunda vez que la he visto, pero los fallos no son culpa de nadie, así que mejor no hablar de ellos.
Entonces un argumento anti-yo, con un ambiente anti-yo, y un todo anti-yo se convirtió en una de mis películas preferidas. Y esto es así gracias a este motivo y otro aún más importantes

Fergus Riordan, Demián Bichir, Ana Claudia Talancón, Sebastián Rivera Ramiro Blas, Tomás Pozzi, Cristina Alcázar, David Lorente, Roberto Drago, Brendan Price, Fernando Tejero, Ernesto Alterio, Antonio Resines. Y muchos más que no he puesto. Sí, lo habéis adivinado, los actores. Estos chicos y chicas que hacen fácil que te guste esta película. Fernando Tejero soportando al cansino de Fernando Alterio (fúúúútbol) nos hace una divertida narración de lo que va pasando a nivel oficial. Ramiro Blas y Tomás Pozzi, no se me ocurriría un mejor equipo técnico. Los antagonistas a mayor o menor escala Brendan Price, Roberto Drago (este actor me tiene ganado desde hace muchos años). Una familia como Cristina Alcázar y David Llorente, o un súper abuelo como Antonio Resines que me ha tenido en tensión toda la película pensando que era un sueño (un chistecillo que si lo entiendes es porque has estado enganchado a la Tv los últimos años).
Especial mención para el segundo mejor romance de la película entre Demián Bichir y Ana Claudia Talancón, aunque al final ni se casasen ni ná' de ná'...
Y especial mención a la periodista de cuyo nombre no soy capaz de acordarme de acento francés que cierra la película en la penúltima escena de esta.
Y dejo para el final a las cuatro razones por las que adoro aún más la película. Sebastián Rivera, Hugo, como Hugo Sanchez. Dando consejo sobre qué debemos hacer y qué no debemos hacer los guachupines con la chava (o la vecina). El arte corre por sus venas, y apoyo de Iván, un actor idóneo para un papel como ese, esa es la definición. Fergus Riordan. Si hay algo más difícil que hacer bien "de bueno", es hacer bien "de malo". A lo largo de la primera vez que vi la película me dieron ganas de darle tres collejones bien dados, y causar eso es aún más difícil que causar ternura. Olé Morenilla, aunque te partía la cara si te pusieses así con Paula delante mía, a tus pies chaval. (Qué brote de violencia, para que veáis lo que me cabreó lo bien que lo hace el tío). No veáis lo que me alegro de que haya seguido filmando, tengo que verle en la secuela de Ghost Rider.
                                   
Y (redoble de tambores)... Chapeau. Tras ver la actuación de Óscar no sé si hacerle un monumento, postrarme a sus pies, secuestrarle para que no sea tan bueno... Tanta envidia no puede ser buena. Con 11/12 años ha protagonizado una película en la que es sublime. Quiero decir, no se si será porque tenía esa edad que le añadía ternura, o por obra del espíritu santo, pero si eso no es talento que venga Dios (Maradona) y lo vea. Lo tiene todo: esa forma de decir súper-capullo, esa manera de mirar a Paula al principio de la película (¡ESA MANERA DE MIRAR A PAULA AL PRINCIPIO DE LA PELÍCULA!), al hablar de él no hago la distinción de Óscar-Iván, y esa fusión, ese realismo solo la consiguen los que de verdad valen. Olé Iván, olé Óscar una vez más, olé a tus padre que les tenemos que agradecer tu existencia a cada segundo. Eres lo mejor. Y con este párrafo también incluyo a Paula, que naturalmente sale bastante menos pero que esa forma de defender a Iván, de apoyar a Iván, de querer a Iván... Si consigues expresar eso con menos de 13 años, a saber la que se nos viene encima con tus proyectos futuros chica. Y por favor que alguien se atreva a decir que no disfruté con cada empujón que le dio a Morenilla, porque iré a ese alguien y sufrirá las consecuencias. Carla, MOLAS.

elséptimoarte.net
Y así concluyo mi ataque de subjetividad, escupiendo de alguna manera esto que llevaba tan dentro. Solo decir dos cosas más, que hace mil años que no me compraba una película original, o la veo en el cine o me la prestaba algún familiar o amigo. Y estoy esperando a salir de casa para comprarme el DVD con "El Sueño de Iván". Y como segunda cosa, más les vale a Carla, Óscar y Fergus encontrar un ratito libre para firmarme esta joya que me voy a comprar en cuanto le eche el ojo. Dicho queda.

Nos leemos, y espero vuestras opiniones
ECartelera.com

miércoles, 10 de abril de 2013

Culpa (Secreto de 2 II) [FanFiction] [Relato]


Ese día Henry se había despertado inquieto. No sabía por qué, pero algo pasaba. Su familia había salido dos días de Storybrooke para solucionar una cosilla y hoy regresaban a la hora de cenar. Le habían dejado a cargo de todo y el estaba demostrando lo responsable que era. Desayunó como siempre en La Abuelita, llegó a clase tres minutos antes de que comenzase, se sentó en su pupitre y sacó los libros. Este prometía ser otro lunes fantásticamente aburrido. No entendía por qué tenía que seguir yendo a clase, sus abuelos eran reyes por un lado y brujo superpoderoso por otro. Si no llega a ser por el nunca se habrían acordado de quiénes eran y habrían sido atrapados por la maldición, y en agradecimiento, ¿qué hacían? Le condenaban a madrugar día sí día también para ir a la escuela. Era injusto. En estos pensamientos se encontraba mientras las horas pasaban. De vez en cuando anotaba algo en el cuaderno para que pareciese que estaba prestando atención a la última clase. Unos minutos antes de que sonase el timbre, de repente Henry saltó de la silla y exclamó:
-¡¡La bañera!!
Acto seguido salió disparado de clase dejando a la profesora con la palabra en la boca y temiendo el estropicio que encontraría. Ya entendía por qué se sentía inquieto. El día anterior por la noche había decidido darse un baño y encendió el grifo. Después se entretuvo con su libro y se le olvidó por completo. El baño estaba arriba y el estaba durmiendo abajo en la cama de sus abuelos, así que no se le ocurrió volver a subir.
Que no sea grave, que no sea grave, que no sea grave... Se decía mientras abría a una velocidad endemoniada la puerta. Cerró de un portazo. Subió las escaleras de tres en tres y empujó la puerta del baño esperando encontrarse con todo el estropicio...
Nada. Las toallas perfectamente dobladas, el grifo completamente cerrado, el suelo seco. Hizo memoria y, efectivamente, había dejado el grifo de la bañera abierto dos minutos antes de combatir al puñetero dragón que había raptado a su libro... En el sueño. Henry comprendió que los sueños, sueños son, y que ese gran despiste fuese solo un sueño le había salvado la vida. Entonces analizó la situación: había salido de clase como un rayo para ir a cerrar el grifo que había abierto en un sueño. no sabía si reír, llorar, o sentirse culpable por no distinguir la realidad, aunque finalmente su subconsciente se decantó por lo primero. Empezó a reír a carcajadas, rió y rió como llevaba tiempo sin hacerlo. Y tanto reír cansa, y el chico había estado hasta muy tarde con el libro anoche, por lo que empezaba a acumularse un sueño que le estaba amodorrando peligrosamente. Entonces al intentar incorporarse, de un resbalón acabó dentro de la bañera, donde siguió riendo como si no hubiera mañana, y rió hasta que el sueño le venció. Y 6 horas después entraba por la puerta su madre, que lo que menos se esperaba era ver a su hijo despanzurrado en la bañera durmiendo plácidamente con el dedo pulgar en la boca. Bien es cierto que tras ocho horas de viaje nadie tiene un humor espléndido, y menos cuando llegas a tu casa y te encuentras la puerta abierta de par en par y el sobre donde estaba el dinero de la compra del mes desaparecido. Esa fue probablemente la principal causa de su reacción:
-HENRY, SAL AHORA MISMO DE AHÍ!-gritaba Emma mientras le asestaba un pescozón.
Henry se incorporó alarmado y desorientado, sin saber muy bien quién gritaba tanto y por qué lo hacía.
-HENRY, ESPABILA, ¡y dime dónde está!
-¿Dónde está qué, mamá? -decía Henry, que empezaba a situarse un poco.
-NO ME HACE NINGUNA GRACIA HENRY, ¡¡DÓNDE ESTÁ EL MALDITO SOBRE DEL DINERO!!-ladró Emma.
-Pues donde siempre, yo no lo he tocado mam...
-¡¿ME ESTÁS LLAMANDO TONTA?! Llego a mí casa, me encuentro la puerta abierta y faltan $300, Henry, no se supone que podíamos confiar en ti?
Henry estaba asustado, su madre nunca se había puesto así con él. Pero también estaba enfadado, MUY enfadado porque su madre dudaba de su palabra, cuando él era el primero que no la había mentido nunca, pues bien sabía el daño que hacen las mentiras. No comprendía que su madre venía destrozada del viaje, y que se había peleado con sus padres por una tontería, y estaba muy dolida. Pero Emma no comprendía que estaba ofendiendo a su hijo, y que el dinero lo había guardado Mary Margaret al salir en el cajón para que no quedase a la vista. Y la puerta no estaba abierta porque sí, sino porque la profesora de Henry había avisado a Ruby por el extraño comportamiento de Henry (pues era a ella a quien debía llamar si ocurría algo), y esta había ido al apartamento a ver que pasaba con la copia de las llaves que tenía. Al abrir recibió una llamada urgente y se dejó la puerta abierta, puerta que el viento terminó de abrir de par en par.

Y en una nube de mentiras y malentendidos su madre le había puesto la mano encima. Era solo un pescozón, lo sabía, pero le había dolido como si le hubiese pegado un flechazo en la cabeza. Su madre le había dado y él no había hecho nada, salvo quizá quedarse dormido en la bañera. Y su madre gritaba cada vez más y él dejó de escuchar mientras los ojos se le inundaban. Una bola negra y oscura golpeaba su estómago a medida que crecía y crecía. El abría y cerraba los puños mientras las primeras lágrimas le salpicaban la cara. A medida que pasaba el tiempo esa bola se hacía más grande, y aunque él contenía la respiración y apretaba aún más los puños para intentar pararlo, de repente salió disparada hacia su boca obligándole a gritar:
-¡¡CÁLLATE YA!!
Según lo dijo se arrepintió. Sabía que no debía comportarse así, y sabía que había gritado a su madre, nunca lo había hecho. Y le dolió aún más que en vez de seguir chillándole, o darle otro pescozón (lo habría preferido mil veces) se quedó callada. En apenas una fracción de segundo una corriente de nuevos sentimientos les rodeaba. Y no eran buenos precisamente. Eran sentimientos falsos que en verdad ninguno de los dos sentían, sentimientos que se habían apoderado de ellos fruto del cansancio y de la discusión anterior. Sentimientos que ambos sabían que no debían tener, haciendo aflorar otros sentimientos. Culpa. Y todo ello formó un muro entre ellos. Una pared de humo, pero al fin y al cabo un muro. Y como si les hubieran apaleado los dos empezaron a sentir un dolor indescriptible que recorría todo su cuerpo, cada uno a su manera. Y así se quedaron, Emma apoyada en la puerta, Henry tumbado en la cama, llorando como nunca antes lo habían hecho. El destino es caprichoso, y aunque los dos estaban a punto de girarse al unísono y abrazarse, justo Mary Margaret entró con las maletas exclamando:
-Por cierto Emma, coge dinero del sobre que guardé en el segundo cajón del armarito y vete a por unas hamburguesas, que hay hambre y es tard...¿Emma, estás bien? ¿Le ha pasado algo a Henry?


Entonces Henry escuchó, y descubrió el paradero del sobre, y gritó de rabia, saltando de la cama y escapándose por la puerta ante la atenta mirada de una Mary Margaret Sorprendida y un David cargado de bolsas. David comprendió que algo no marchaba bien. Aunque era el que menos lo mostraba sentía un afecto especial por aquel niño, su nieto, el que le había reunido con su familia, y que formaba parte de ella. Así que sin pensárselo dos veces soltó todos los bultos y salió corriendo detrás de él. Pero pudo más la rabia de Henry, y cuando David le tenía a un palmo el chico cruzó la carretera un segundo antes de hacerlo un camión, dejando a su abuelo al otro lado del arcén. Aprovechó ese instante para perderse en el bosque, donde siendo de noche sabía que nunca le encontrarían. Siguió corriendo un rato más hasta que perdió el sonido de al ciudad, oyendo solo el susurrar de los árboles, entonces empezó a caminar más tranquilamente. Él quería entender por qué se había sentido así, sabía que AMABA a su madre y no lo dudaba ni un momento a lo largo de su vida, y aún así se sentía tremendamente culpable por haberla gritado, y peor aún, por haberla herido de esa manera. Entonces se echó a llorar. Lloró en silencio, pues aunque nadie le iba a escuchar no se sentía con fuerzas para gritar. Lloró solo, y eso es una de las peores cosas que le puede pasar a alguien que llora por amor, aunque sea hacia una madre. Y lloró desconsoladamente, fruto de los acontecimientos, fruto de sus hormonas, quién sabe. Lloró y lloró hasta que solo sollozó y se volvió a incorporar. Refrescaba y aunque se sabía el camino de regreso de memoria, quería ir un poco más allá. Llegó a un claro, donde miró al cielo y vio algo que le sorprendió. Luna llena. Inconscientemente pulsó un botón de su reloj, dónde se iluminó la hora: las 2:30 am. Sabía que había estado llorando, pero no se imaginaba que lo hubiese estado haciendo casi cuatro horas. Entonces decidió quedarse allí, a esperar a su "cita". Tal y como se encontraba ese momento lo que más necesitaba era olvidar, y olvidar era fácil cuando te envolvía la magia. Así fue como un Henry arrepentido y destrozado por dentro que deseaba olvidar durante unos instantes, esperó una vez más a la magia.
***
La clase de magia que envolvía a un Hijo de la luna cada plenilunio era la más poderosa que jamás existiría, creadora de todo. Esta tomaba innumerables formas y se exponía en contadas ocasiones. Solo lo hacía frente a almas puras. Era cuestión de seguridad: no se podía mezclar lo más poderoso, la base de todo, con cualquier cosa que pudiese desestabilizarlo, creando un caos de inimaginables dimensiones. No existía nada tan puro en ese mundo como el alma de un Hijo de la luna. Salvo, claro está, el alma de un niño. ¿Pero qué pasaría si ese alma albergase una semilla de culpa, o de arrepentimiento? Nunca había ocurrido, y más le valía a todos los seres rezar para que nunca ocurriese, pues esa conexión nos afectaría a todos y cada uno de nosotros.