A veces un folio en blanco es más temible que el peor de tus enemigos. Cuando tienes que escribir algo y no sabes por dónde empezar, cuando le has dado quince mil vueltas a la misma idea sin conseguir nada. Las palabras no fluyen, no te crees lo que estás escribiendo. La tecla de borrado lleva lo poco que has escrito hacia un lugar mejor, haciendo que vuelvas a tener el folio en blanco, volviendo a empezar.
Crees que ya está controlado cuando en realidad no tienes nada, piensas que se te pasará en unos segundos y durante horas observas el folio, sin resultado.
Pero cuando intentas dejarlo y ocuparte de otra cosa, entonces tu mente, como si de un cruel castigo se tratase, te recuerda que tienes algo que escribir, algo que contar. Y entonces vuelves a caer en el asiento, sin haber hecho nada productivo desde que empezaste allá por el inicio de los tiempos.
Entonces, de repente, cambias de idea, olvidas lo que tenías que escribir y escribes lo primero que te pasa por la cabeza. Empiezas por idioteces sin sentido y cuando te quieres dar cuenta no puedes parar. Tú cerebro va tres párrafos por delante de lo que querías decir, tus manos escriben lo más rápidas que pueden intentando acompañar a tu mente.
Ese folio en blanco que no quería ser profanado con la historia que querías contar empieza a sufrir un ametrallamiento de ideas, pensamientos y sensaciones que no puedes parar. Afloran recuerdos que quieres plasmar en el papel, aparecen sentimientos que pensabas que no tenías, y sigues escribiendo a un ritmo frenético sin saber si quiera que hacer con ello.
La frustración tarda poco en volver, en el instante en que llevas minutos y minutos sin dejar de escribir un solo instante y, de repente, se te olvida que querías poner ahora. Lo mejor es coger aire, y seguir escribiendo.
A veces tu mente trata de dar un giro completo a lo que estabas escribiendo, lo que acabaría convirtiendo el texto en un conjunto de palabras sin orden ni sentido. Tienes que intentar dominarla y que siga pensando en la dirección que tú quieres, y todo eso sin dejar de escribir.
No deja de ser una forma más de desahogarse. Es cierto que en muchos casos las palabras se quedan cortas pero en algunos otros, como este, no hacen más que relajar el cuerpo y la mente.
Y cuando estás al límite de tus posibilidades, y piensas que no puedes escribir más, echas una lectura rápida a lo que has escrito. Quitas una coma, pones otra… y se te queda cara de idiota. O al menos en mi caso. Vamos, que no me creo que haya escrito yo esto. No me pega, y cualquiera que me conozca en persona lo sabe. No sé, no me gusta, hace parecer algo que no soy. Hace creer que soy de esa gente (a la que respeto) que va diciendo palabras como “mordacidad” o “magíster”. Pero no, puedo prometer y prometo que soy normal. Bueno, quizás normal no sea la palabra.
En fin, ya más tranquilo y con un poquito más de inspiración que al principio, ya termino este sinsentido con una última conclusión.
A veces un folio en blanco es más temible que el peor de tus enemigos. Pero en muchos otros casos, no.